El próximo 17 de abril sale a la venta "Garden. El jardín del fin del mundo", de Emma Romero.
Emma Romero es el seudónimo con el que firma una autora fascinada por las novelas de Philip K. Dick y por las películas de terror. Tras una carrera musical frustrada, Emma Romero guardó la guitarra en el armario y comenzó a escribir este libro, que se ha convertido en su primera novela. Vive y trabaja en Milán.
Sinopsis: Maite es una de las trabajadoras más eficientes de la fábrica. No le queda otro remedio: podría pagar con su vida cualquier infracción. Maite cultiva en secreto una gran pasión, el canto, y sueña con llegar algún día al legendario jardín del fin del mundo. Se dice que allí los rebeldes viven en total libertad y que es el único lugar donde aún sobreviven las luciérnagas. Su país, tras un largo conflicto, se ha convertido en una prisión fría y adusta. Las artes y las ciencias han pasado a ser un coto privado para una casta de elegidos, mientras el resto de la población está condenada a una vida llena de privaciones y fatigas.
El único momento de distracción es la Ceremonia, una gran fiesta que se celebra todos los años para conmemorar el advenimiento de este nuevo régimen que se denomina Renacer. Maite siempre ha querido estar con los de arriba, pero el día en el que logra resarcirse al fin de los años de amargura descubrirá que, cuando se vive en un país donde ha muerto la esperanza, los sueños pueden convertirse en pesadillas.
Ficha
Título: Garden. El jardín del fin del mundo
Autora: Enma Romero
A la venta: 17/4/2014
Páginas: 272
Editorial: Anaya
Así comienza "Garden. El jardín del fin del mundo"
Debo de encontrarme en un jardín, pues siento la caricia de la hierba bajo mis pies descalzos. No conozco esta parte del país y tampoco sé cómo he llegado hasta aquí. La última luciérnaga de la noche desaparece ante mis ojos mientras una brisa ligera, procedente de las tierras que he dejado atrás, sopla agitando mis largos cabellos, que se mueven en libertad. Qué extraño. No estoy acostumbrada a llevar el pelo suelto, pues mi cabeza siempre está aprisionada en el gorro que nos obligan a utilizar en la fábrica, que cubre el pelo con una redecilla como una cofia de cocina. El gorro forma parte del uniforme junto al mono amarillo, las botas y las herramientas, que van atadas a la cintura. Ahora, sin embargo, no llevo el uniforme: voy vestida con unos pantalones cortos y una camiseta blanca de manga corta. Veo que mis brazos, tan blancos como la ropa, se mueven como si quisieran dibujar una figura en el aire. Aquí nadie puede verme...
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